El desarrollo y puesta en práctica de la idea corrió como siempre por cuenta de nuestro presidente, que volvió a hacer gala de su habitual habilidad organizativa, no dejando absolutamente nada al azar y procurando en todo momento que el participante disfrutara de la actividad.
Las actividades concretas de la excursión han consistido en la visita al espectacular mirador de la Corta de Atalaya, la mayor mina a cielo abierto de Europa y una de las mayores del mundo y que, tras su cierre en 2001 por las continuas pérdidas, ha vuelto a reabrirse en 2015 debido a la demanda de cobre para su utilización en los aparatos tecnológicos.
El segundo punto de la visita lo hemos realizado a la mina Peña del Hierro que, además de un interesante espacio expositivo didáctico, tiene como grandes alicientes la reproducción de un malacate que parece vigilarnos desde lo alto con su desafiante imagen recortada en el cielo, los restos de una antigua planta trituradora y los más de 200 metros de una galería que desembocan en otra espectacular mina a cielo abierto que se nos muestra, tras la oscuridad del túnel, como una visión paradisíaca en la que luz se desgrana como en paleta de pintor.
Seguidamente, un entretenido recorrido de hora y media e ida y vuelta en el antiguo ferrocarril de Riotinto, nos enseña la capacidad humana para moldear el paisaje e igualmente nos permite acompañar al Río Tinto en sus primeros metros de cauce y valorar la excepcionalidad de su recorrido, enseñando orgulloso ese color rojizo que le impregnan sus minerales .
La continuación de la visita nos lleva al Museo Minero Ernest Lluch, edificio construido en 1921 y utilizado como hospital por la Compañía Rio Tinto Company Limited y que a través de sus 16 salas temáticas nos muestra una amplísima colección de piezas históricas relacionadas con la actividad minera desde el siglo VIII a.C. hasta hoy, entre las que destacan por llamarnos la atención, el "majarará", un vagón de vía estrecha perteneciente a la realeza británica y considerado el más lujoso del mundo o un par de estatuas romanas enrojecidas por la acción del metal y que contrastan con el tono blanquecino del nuestro habitual mármol italicense.
Por último, la Casa nº 21 del barrio inglés Bella Vista, recrea fielmente la mansión victoriana de finales del s. XIX ocupada por uno de los directivos de la Río Tinto Company Limited y que nos sirve para trasladarnos en el tiempo y sentirnos, porqué no, muy afortunados.
Las entrañas de una tierra de las que nace un río rojo, rojo de sangre, como si recogiera la más valerosa y menos valiosa de las sangres, la de los mineros. A pesar de la fantástica jornada disfrutada, un cierto pesar parece invadir el espacio. Es un eco desgraciado, el del destino fatal del minero, como su lastimoso martillear acompasado.
Aunque ha servido y sirve como fuente de progreso, la extracción de metales ha mostrado la cara menos humana del ser humano. Metales convertidos en armas y en objeto de ambición y riqueza. Metales valiosos a costa de las menos valiosas de las vidas. Sirvan estas más que humildes palabras como particular homenaje a ese esclavo romano encadenado, condenado a morir en la rueda de la noria en el plazo máximo de dos meses debido a la exposición permanente al agua tóxica. O al niño utilizado para entrar en los huecos más pequeños y que quedó atrapado hasta que dos mil años después, honramos su pequeño cráneo musealizado en una vitrina expositiva.
A los mineros portugueses y sus familias, que bajo el abrigo de una mísera cabaña, contemplaban en la lejanía, la modernidad y el confort de las cómodas viviendas inglesas, testigos en primera persona de las desigualdades humanas. Y al pueblo riotinteño, a sus hombres, mujeres y niños, protagonistas de la extrema dureza de la mina y de las peligrosas consecuencias que han conllevado su explotación, de las represalias sufridas y silenciadas. Un pueblo riotinteño que ahora nos enseña orgulloso su pasado y que además nos presenta un futuro esperanzador con la nueva actividad minera acorde con lo que requiere la sociedad supuestamente avanzada del siglo XXI. Por ellos, también yo soy minero, pero jamás querría serlo.
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