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¿Dónde estás, Madre?

El devenir del Monasterio de San Isidoro no solo ha estado unido a la historia de sus moradores sino al paisaje que lo ha encuadrado. Concebido de naturaleza poderosa y emplazado en lugar dominante, su capacidad defensiva le vino dada por el promontorio al que se asoma y por la barrera del antiguo cauce de la Madre Vieja que custodiaba sus cimientos.

Este paleo-cauce recogía a modo de rebosadero las crecidas  del Guadalquivir y el Rivera de Huelva. Fuera del periodo de avenidas funcionaba exclusivamente con los aportes locales que le llegaban desde el Aljarafe, pero esto no era impedimento para que el caudal fuera lo suficientemente importante para que la Madre Vieja y el Monasterio pudieran mirarse uno a otro durante siglos.

Borja Barrera et ali.

La tradicional imagen del Monasterio siempre ha venido acompañada de la Madre Vieja que no solo le servía de espejo, sino que a veces le indicaba el camino de la cercana Sevilla. 

Hoy por mucho que las agujas de su torre se aúpen buscando esas aguas maternales, por mucho que la ahora tímida espadaña necesite del acompasado eco de sus breves ondas, la Madre Vieja no está.

Ahora a San Isidoro le acompaña un cauce de esqueléticos y breves árboles, fruto de una repoblación mal programada que los ha dejado secar. Solo unos pocos han podido agarrarse a la vida que les proporciona el actual e insuficiente manantial. Y solo los que han conseguido extender sus raíces muestran a la par unos brotes verdes y frágiles. 

El antiguo cauce, fugaz azul en el pincel de sus pintores, se ha tornado en abarrotado multicolor. Río antiguo ahora invadido por paseantes, ciclistas o como éste que les habla, piloto de mí mismo, corredor de solitarias horas, explorador de a diario, persiguiendo quizás desgastar su arenosa superficie, al igual que mis zapatillas, hasta encontrar su lecho más profundo, su secreto, su verdad. 

Río antiguo ahora invadido por furtivos vestigios de otras arquitecturas llenas de vigorosa actividad. Arquitectura viva y presente que arrogante desafía el tiempo de la que pasó ya. 


Adónde irán esos paisajes, esos que no vuelven. La Madre Vieja no volverá porque las madres cuando se van, se van para no volver. A San Isidoro del Campo, como a muchos de nosotros, solo le quedan sus hijos. 



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