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De cenizas, letras y teselas. De Itálica a San Isidoro del Campo. Eva Díaz Pérez.

De cenizas, letras y teselas
Más que la voz, era el engranaje; más que la erudición, la sabiduría, era el significado. Con el colorido angelical de las páginas de sus libros y el sepia de sus tantas investigaciones, Eva ascendió a las alturas (qué paradoja) de la nave pequeña del que es también su Monasterio. Y es suyo porque sus palabras sonaban limpias, verdaderas, verticales, como pilares claros sosteniendo los muros del retablo. Eva no acudió a la vía sencilla de la historia: el relato tedioso, la anotación insustancial, la anécdota pasajera. Eva trazó, en poco menos de una hora, el cardiograma inestable pero férreo de toda la historia de Santiponce, con la complejidad que dicha empresa entrañaba. Con sus gestos, con su mano fina y destensada, creaba en el aire un mosaico de estampas antiquísimas, y la memoria colectiva añadía los pájaros, las Venus, las galerías.
Eva, la magia tiene tintes brujos, casi heréticos. Pero la magia, pobres ignorantes, es toda la fuerza que necesitamos para levantar el ánimo y el letargo de tanta historia sepultada. Por la magia no pasa el tiempo; es fugaz, existe sin más ser que ella misma, como existe el Monasterio casi por sí mismo. Por la fuerza inexpugnable y subterránea que emana de nadie sabe dónde. Quizás ahí resida el secreto: la magia, la fuerza, la belleza.
Con su adjetivación certera y precisa, la ceniza del olvido se reconvirtió en la carne de la Sevilla vieja, de una Itálica esplendorosa sin alberos, musgos y fisuras. Adriano, Trajano, almas flotantes de Yourcenar conocieron anoche por primera vez el Monasterio. Ensimismados en la gloria imperial, apenas habían encontrado espacio para el gozo del arte, de Montañés, de la intelectualidad de Casiodoro y demás mentes… “¡Su desnudez y la noche! Fuimos los últimos en alejarnos…” La prosa de Murube también se alejaba o, por el contrario, se deslizaba en algunos pasajes que Eva componía con una delicadeza casi conventual, como quien compone cabellos y colores de ángeles murillescos. Eva se declaró, por completo, a los dos libros cuya tinta se diluye bajo la imperceptible pero pertinaz tormenta del olvido: Itálica y el Monasterio. Tan solo ella, tan solo nosotros, tan solo tú, tan solo Santiponce puede alcanzar soles que escriban, con rayos de esperanza, irisadas páginas de ilusión. Ayer Eva escribió la última. Por delante, muy lejos del final (¿acaso lo tiene?) toda una pradera de pergaminos blancos, impacientes en sus esquinas y dobleces por un futuro que se despereza en el horizonte, en los matacanes, en las almenas.
Eva levantó conciencias, destrozó impasibilidades, aportó lanzas y escudos de cultura. Como tantos y tantos hombres y mujeres que sellaron su recuerdo en el aire abierto de Santiponce. Un aire imantado hacia sí, hacia su centro, hacia un tiempo que corre y muere. Un tiempo de un reloj de arena como el mar: horizontal, tibio, embravecido puntualmente y que se aleja un grado cada siglo. Eva, con las luces últimas de la tarde y con el otoño dorando los vuelos de los relieves, equilibró la balanza. Fuimos conscientes de lo que somos, de lo que es Santiponce y de lo que está por ser. De Itálica a San Isidoro el cielo acoge un torbellino de cenizas, letras y teselas. Cenizas que, apresadas en las manos robustas y firmes de nuestros centuriones y habitantes, se convertirán en material necesario para hilar y componer, finalmente, el mosaico hermoso de nuestro futuro. Y en ese mosaico aéreo, volátil, dibujarán nuestras manos más aves, más pájaros, más exedras, y más eternidades. Aquellas eternidades que nos son correspondidas. Disipemos de la memoria esas cenizas etéreas, humeantes, que nunca acaban de morir. Seamos el libro perdido, el mosaico perdido, la ceniza olvidada, la palabra recobrada.  Lucha. Quiere. Actúa.  (Manu Lamprea)



Varios miembros de nuestro Consejo Rector y alguno de los más veteranos miembros de nuestra Asociación tuvieron la fortuna de presenciar en el Monasterio de S. Isidoro la conferencia a cargo de la periodista, escritora y directora del Centro Andaluz de las Letras Eva Díaz Pérez. La conferencia, titulada “De Itálica a San Isidoro del Campo”, se enmarcaba en el IV Foro Permanente Itálica, En-clave de Patrimonio Mundial, dentro de la candidatura oficial de Itálica a ser declarada Patrimonio Mundial por la UNESCO. Además, era la primera vez que Santiponce acogía una sesión de este Foro. Eva autora del libro Memoria de cenizas, está muy vinculada a Santiponce y así lo hizo saber en su disertación. Para nosotros, un placer y orgullo que su atención, curiosidad y erudición hayan querido indagar (y sigan indagando) en la historia, a veces desmemoriada, de Santiponce.

Comentarios

  1. Muy buen resumen de la coferencia de Eva Díaz.
    Muy justo y poético.
    Gracias por transmitir el espíritu de las palabras de Eva Díaz.

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