Ir al contenido principal

Ven pacá Manolito, ¿a que tú no sabes dónde hay una cabra?

El Reencuentro.
No fue aquí sino en el Bellas Artes, y allá por el lejanísimo mes de febrero, la última vez que tuve ocasión de contemplar a solas las divinas maderas montañesinas. El resto es ya conocido. Nunca la más oscura de las pesadillas consiguió dibujar tan terrible devenir postrero. Hoy despierto aunque sea por un momento. Despierto a la contemplación pausada de esas imágenes, escuchando ese sonido que nunca existe del Monasterio, alumbrado por el tenue resplandor del sol curioso y tempranero y abrazado por el pesado aire de los siglos. San Isidoro y sus habitantes siguen ahí. Los que aún seguimos aquí celebramos emocionados el reencuentro.

Fortaleza inexpugnable
No hay fortaleza más segura que San Isidoro. Es fácilmente imaginable que el Monasterio no iba a ser presa fácil en esta contienda, más sabiendo de su carácter indómito adquirido durante siglos. Se puede afirmar, sin temor a equivocarnos, que el virus está siendo bastante mejor recibido en cualquiera de esos atestados e incontrolados centros comerciales.
Ayuda.
Mientras llega la tan ansiada y esperada lluvia de euros, la mejor forma de ayudar al Monasterio, a Santiponce y a sus vecinos es acudiendo a San Isidoro, aumentando sus estadísticas de visita y, de camino, solicitando los servicios turísticos de nuestros cualificados guías locales, todos. Como por ejemplo, los que nos ofrece nuestra querida y admirada  Eli, de sabiduría inversamente proporcional a su fisonomía.

Aliados.
Si algo ha sido capaz el Monasterio de transmitir durante siglos es el gen de la seducción. Un gen tan atrayente como persuasivo que ha conseguido captar y cohesionar temperamentos valerosos,  inteligencias deslumbrantes, espíritus renovadores o sensibilidades artísticas.  En un ente de esta magnitud hay sitio para todos. De acogernos y ubicarnos se encargan nuestros aliados más cercanos. Este día, por ejemplo, fueron Benjamín y Alejandro, o el propio personal de mantenimiento, dispuestos siempre no solo a cumplir con sus rigurosos protocolos y obligaciones, sino además a entablar una conversación amena y enriquecedora. Vaya al Monasterio, purifique su espíritu enojado y desconcertado. Imagine y sienta cómo, ahora más que nunca, las ánimas del Monasterio salen a su encuentro para hacerles sentir vivos. Vaya al Monasterio porque incluso pueden tener la mayor de las fortunas que es la de encontrarse con Rafael. Entonces, Rafael te cogerá cariñosa e higiénicamente del brazo para decirte... Ven pacá Manolito, ¿a que tú no sabes dónde hay una cabra?















Comentarios