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El milagro tenía nombre de Isabel. Visita H.Inf. Virgen del Rocío


Si hay disconformidad con las imágenes de menores pueden utilizar cualquiera de las vías de comunicación de esta Asociación.
Penúltima parada.
Nueva misión para la Centuria. Se podría pensar que es siempre lo mismo. Obra Social de La Caixa, regalos, centuriones... Nunca es lo mismo. Nosotros no somos los mismos. Ellos tampoco son los mismos. Pocas veces nuestra capa está de tan capa caída. Nos convencemos que está tomando impulso para salir volando, como supercenturiones. Muchas veces la vida debería  ser como un cómic, de Supermán o de Obélix, da igual. Pero que pudiésemos dibujarla a nuestro antojo.
Nuestra llegada al Hospital Infantil no puede tener mejor acogida por parte de sus responsables. D. Luis Martínez, Alicia, sanitarios, celadores, seguridad. Es importante saber que no estamos solos. Que el fundamento de la naturaleza humana es la de servir a los demás, aquí alcanza sus cotas más altas.

La belleza.
El primer caminar por los pasillos del Centro nos conduce irremediablemente a la zona oncológica. Nos esperan y reciben a partes iguales una luminosa decoración navideña y unos valerosos intentos de color. Ilusión hasta cierto punto figurada, o no. No lo sé. La primera de las habitaciones se me presenta como un gran lienzo pintado por las manos de Murillo. Parece una ensoñación que se acentúa con mi visión azul de miope y con una ventana retratada al contraluz que enmarca la atmósfera. Y en mitad de la escena,  un rostro tan bello y angelical que indetermina su naturaleza. No cabe más belleza en esos ocho añitos.Un pequeño y adorable gorrito con dibujos hace de apolínea cabellera. Preparo torpemente un diploma rosa. Hoy la belleza se llama Manuel.
La Esperanza Macarena.
Sevilla, mariana como ninguna, profesa y venera a su imagen más Universal. A mitad del pasillo nos espera Macarena sentada en su majestuoso paso. Sus varales circulares son de plata y una bolsa de suero termina por servir de palio. Macarena luce triste su corona. Una fijación ortopédica en su cabeza limita sus de por sí ya escasos movimientos. La Virgen de la Esperanza, dicen que ríe por uno de sus perfiles y llora por el otro.  Daniela, compañera dos habitaciones más allá, se une al cortejo y Macarena, por fin, sonríe. El aleteo de sus manos confirma que la presencia de su amiga, es mejor recibida que la nuestra. Nos vamos. Agradezco a su madre que nos permita querer un rato a Macarena, que nos permita ver nuestra fe en sus ojos. Ojos de una virgen sevillana que nos llena de esperanza, la que nunca perderemos. Su fe es la nuestra.

La mamá de Judith.
Judith y su corazón solo tienen cinco meses.  Judith tiene ojos ávidos y penetrantes y ya en un primer contacto porfiamos ella por agarrarse a mi penacho y yo por agarrarme a sus mofletes. La mamá de Judith hace cinco meses que no ve el sol gaditano. No puede dejarla sola. Su marido la ayuda pero ella es la que nunca se separa. Está muy cansada. Le digo que cuando se ambas se encuentren mejor hay que ir a buscarle una hermana carnavalera. Pero su no es tan rotundo que rápidamente comprendo el mensaje.  Algunas madres son más altas que otras. Algunas madres son infinitas.
Los nombres romanos sirven para todos los pueblos
En nuestro afán perfeccionista, al bueno de José Luis se le ocurre buscar un traductor de nombres romanos para completar los “pequepergaminos”. Que nos encontremos una Adriana como primer nombre a traducir,  nos hace dudar de su eficacia. Con el segundo, Pacus, desistimos sin haber empezado si quiera.  En este tipo de situaciones, cualquier invento nos sirve para relajar un poco. Muy recurrente es la pregunta tópica, como si fuésemos la abuela de No me pises que llevo Sandalias, y tú de dónde eres. Hay veces que la universalidad por muy cercana que sea necesita de un elemento común que nos una. Este Hospital no entiende de fronteras. Casariche, Sanlúcar la Mayor, Dos Hermanas, Gines, Santiponce, África, América… patrias personales de cada uno al fin y al cabo pero unidas por una sola nación, la que lucha contra la enfermedad.
Los que han esperado y los que siguen esperando.
La abuela de María la cuida desde siempre. Su rostro cuarteado es un código indescifrable de tristeza. Pero su nieta y la ciencia, han obrado el milagro de vencer a la muerte. En su interior, otra vida que es la suya, palpita. No hay muerte si no hay olvido y no hay muerte si algo de ti sigue vivo.
En diálisis me reencuentro un año después con Carlos. Lo recuerdo y me recuerda. Bético y estudioso. Está haciendo los deberes de química. Le digo que el año que viene no quiero verlo ahí. Le ordeno, como centurión al mando, que vaya a verme él a mi, por ejemplo al Belén viviente de Santiponce y él como buen soldado, responde que a sus órdenes. Rodrigo, a su lado enmarañado en un enredo de cables me mira con unos enormes ojos negros. Tú juegas al fútbol, tío, ¿verdad?. Sí, pero mis padres no me dejan...Eso lo arreglo yo rápido... De pronto la máquina, imagino por las interferencias del latón de mi atavío, empieza descontrolada a solicitar mi marcha.
El azul de una azotea.
Tras la cascada emotiva que ha supuesto la visita a las plantas, la Azotea Azul se nos presenta como un oasis en la inmensidad desértica de la angustia. La coraza, de la que me sobran 10 tallas, parece estrecharse ante la interminable bocanada de aire de mis pulmones. La Azotea Azul, aparte de su excepcional utilidad,  es la certificación de la solidaridad humana, del homo cooperante. D. Luis Martínez, Subdirector del Hospital que nos acompaña durante todo el trayecto y al que traslado mi sentir, asiente con orgullo. En la zona de juegos, varias  jóvenes voluntarias echan una mano con residentes. ¿Quién ha dicho que todo está perdido?. ¡Jóvenes al poder!,… pero no con todo el poder…sobre todo visto el énfasis con el que la más extrovertida de todas esgrime la espada que cortésmente me ha solicitado. Con mujeres así la Turdetania no hubiera sido tan fácilmente conquistada.
El ambiente se torna más relajado, más cotidiano, pero siento como todos mis compañeros piensan que nuestro mundo está una planta más abajo. Nuestro mundo hoy es el mundo de esos padres, aunque solo sea un rato.
Despedida.
La zona de urgencias supone para nosotros un delta en el que depositamos los pedacitos que conseguimos arrancarle a la madre naturaleza. Esa naturaleza que igualmente nos inunda de vida, que nos la arranca. En este caso, la naturaleza solo se nos manifiesta con algunos constipados, amigdalitis y algún que otro virus juguetón.
Isabel.
Ya hace tiempo que no estamos. Cada rostro compartido ha marcado un surco indeleble que martillea en permanente evocación. Y el recuerdo de la habitación de Isabel se ha instalado en el asiento de atrás del microbús. Y aún reverberan en nuestros oídos los sonidos del enfermero..."sus padres dicen que no le importa pero en esa habitación no hace falta que entréis porque Isabel siempre llora con todos". Isabel enroscada como un muelle mira absorta la televisión donde Peppa Pig juega junto a Papá Pig. La aparición del primer penacho la desvía bruscamente de las 18 pulgadas y cuando ya son tres los que revoletean a su alrededor, su mirada acuosa presagia la mayor de las tempestades. Posiblemente Isabel pensara que formábamos parte de la pantalla o quizás, como pensaron sus padres, había sido un milagro, pero después de muchos días en el hospital, Isabel no quiso llorar. Isabel quiso que llorásemos los demás.
Gracias, supermamis, superpapis y superabuelis.


 
 
 
 
 
  
 
 
 
 
 
 
 
 
 

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Fotos: José Luis Ortega
Nuestro mayor agradecimiento a D. Luis Martínez, Subdirector Gerente del Hospital, a Alicia Gómez Subdirectora de Servicios, a los sanitarios que nos acompañaron y al personal de seguridad por la excepcional acogida y trato recibido. 
Hay cosas que no se olvidan, no es una frase hecha.














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