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Resplandor y Penumbra del Monasterio.

Tarde de nubes y tenues rayos de sol la de ayer jueves. Y en el Monasterio, todo seguía igual. El bellísimo patio cerrado, la espadaña cortando el cielo sevillano y el abandono. El permanente contraste entre la belleza y la miseria.

La luz, más duradera conforme pasan los días, arrastraba su tinta pálida por el campo yermo. El gris es el color de la nada. La piedra escupe vida triste, que no es vida, sino miseria. Parece querer brillar algún naranjo, que abre los poros de sus hojas como capotes de rocío en el patio adusto. Algún rastro de cielo azul da color y calor -cuánto frío para los muros que apenas abrigan ya- a las campanas, y la torre desafía el envite del tiempo mismo.

El mármol asienta su rigidez lunar. La tierra cala bajo las pisadas temerarias que turbian sin respeto el descanso de aquellos infelices labradores. Y es que nada es feliz. Son losas los días. A mis ojos todo es ruina, desagrado, tristeza, como si los siglos fueran lanzas en los costados de las naves. El viento trae ecos de espadas y escudos. Las ojivas descuentan (o suman) desgracias y las almenas arañan las nubes desiertas, sin nombre.

¿Quién protege el desamparo de las almenas con el corazón abierto al azar? ¿Quién espera el milagro? ¿Quién confía en nosotros mismos para el ánimo de la lucha y la exigencia? ¿Quién demuestra altura, firmeza y, por qué no, amor? Al menos, siempre proteges, esperas, confías y demuestras tú. Quedarás siempre tú. Nada podrá arrebatarte la belleza.


 







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