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La fe de un pueblo.

Manius Cursor Furia nació para ser soldado y amaba lo que él consideraba su trabajo. En su larga crónica de campañas militares, podían contarse por cientos los muertos, mutilados o mancillados, sembrando siempre a su paso la devastación y el horror.
Cierta mañana, Manius, en su condición de "Primus Pilus", ordenó dar comienzo a la acción militar planeada durante toda la noche para devastar y saquear la humilde aldea, que prosiguiendo su programa de conquista, la caída del último sol no dejó realizar.
Tal y como acostumbraba y tomando en primera persona el inicio del primer ataque, Manius subiendo un pequeño repecho, se adentró en una aldea en la que de forma sorpresiva, fue recibido con total normalidad. Las gentes no corrían despavoridas ni gritaban alarmadas, ni siquiera los hombres ofrecieron su sacrificio en vano, y no se lanzaron contra los invasores, utilizando las rudimientarias armas utilizadas en la gran mayoría de estos casos. Así, cada lugareño se mostró en sus cotidianas ocupaciones. Muy cerca, un pescador cosía sus redes y una tejedora entrelazaba hilos y algo más lejos, el vocerío de las tenderas, confundía el anuncio de productos. 
De una tahona de la que emanaba aún el olor a pan recién hecho, apareció una joven que con una hogaza en la mano se dirigió hacia Manius para entregársela. Este, blandió su espada y agarrándola del cuello se aprestó a hundir el acero sobre la joven que, con ojos serenos, lo miraba con sosiego.
Manius se contuvo, la miró y sintió que eran los ojos de la joven los que lo traspasaban. Por un momento, vio a través de los negros ojos de la muchacha, toda la sucesión de imágenes brutales, crueles y monstruosas que jalonaban su existencia. Ella sonrió y sus ojos inocentes, desprendieron generosidad y tolerancia, amabilidad y benevolencia. Lo tomó de la mano y, Manius, absorto, la siguió.
Pasearon juntos por la aldea, y todos les sonreían al pasar mientras las lavanderas sin dejar de restregar, amenizaban el momento con un canto armonioso. Manius no reconocía esa sensación, siempre fue temido y odiado. Desconocía la existencia de buenas personas que ayudan a los demás, que solo desean vivir en paz y que solo ansían lo necesario. Personas que creen que la bondad está en el ser humano y que la fe de todo un pueblo es el vínculo conductor para conseguirlo. 
Manius recorrió todas las escenas ideadas y al mirar los ojos de todos con los que se encontraba, terminó por impregnarse de ellos. Eran miradas de ilusión, de verdades esperadas, de fe. Terminó por llegar a un pequeño cobertizo donde varias personas se reunían en torno a un recién nacido rebosante de desnudez. Y creyó en esa desnudez, y creyó en la bondad de la gente y creyó en la fe de ese pueblo que creyó en él.

Seguirán existiendo imperios guiados por criminales y seguirán existiendo santos inocentes cayendo en sus manos, tan santos e inocentes como brotamos de esta Tierra Madre, desnudos y llenos de fe. Fe, la que mueve al hombre bueno a querer ser lo que es. Puedes llamarla de mil nombres pero terminará siendo fe.
Seguirán existiendo hombres malos, y tendremos que esforzarnos para que sean los menos. Manio el Corredor, de la Gens Furia, ya no lo es.


(A la Juventud Nazarena de la Hdad. del Rosario y a todos los integrantes del Belén Viviente)


En esta tarde de domingo, La Centuria acudirá a la segunda jornada del Belén Nazareno de Santiponce organizado por la Hdad. del Rosario y en una próxima entrada, publicaremons la crónica del fin de semana vivido.





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